El viaje
Era un dia de verano, o eso parecia. Mis padres se me acercaron y me dijeron que estaba la posibilidad de que nos vayamos a Francia por un día . ¿Por un día? ¿no es demasiado costoso como para irse por un dia?¿por qué nos vamos juntos si hace 10 años que viven separados?. Me limité de hacerles alguna de estas preguntas para no quedar como una desagradecida y porque otro pensamiento surgía, me iba a perder el cumpleaños de mi amiga Lola.
La posibilidad se volvio una certeza y pocas horas mas tarde yo estaba corriendo de una casa a la otra armando el bolso a las apuradas ¿que puedo necesitar para irme a francia un dia? ¿y si nos terminamos quedando mas tiempo?. Cerrando la valija vi a mi gatita Fiona, pensé en cuanto la voy a extrañar aunque sea por un día, me acordé de la gargantilla roja con su nombre que le solía rodear el cuello hasta que un día desapareció, deberíamos conseguirle otra.
Nos despedimos de Fionita y nos fuimos rumbo al aeropuerto. La espera no fue larga, y si lo fue, no lo recuerdo. Ya en el avion, la sensacion de estar en un lugar distinto al que uno suele habitar se palpita. Un lugar cuya presión es artificial, el oxigeno también, la sequedad en la piel, el sueño intermitente y el constante sacudón no propician el mas natural de los escenarios.
En un parpadeo estábamos en Francia, las calles, a mi sorpresa lucían idénticas a las que frecuentaba todos los días en Buenos Aires. Recorriendo, lo único que me hacia dar cuenta de que efectivamente estábamos allí, eran los letreros en francés.
Decidi entrar a una tienda de antiguedades, quizá con un buen regalo adicional al que tenia planeado para mi amiga, podria compensar mi ausencia. En aquel momento no supe si se trataba del jet lag pero los objetos antiguos que observaba se tornaban cada vez mas amorfos, menos estáticos, podría jurar que vi un reloj girar en dirección contraria y a unas muñecas de porcelana bailar con mucha gracia. Pero en ese momento tenia sentido, hasta que allí, al fondo de la inmensidad de los objetos , y a pesar de la mirada intimidante que recién descubría de la vendedora, pude ver a Fionita.
Fionita estaba observando muy atenta, como de costumbre sentada pero reposándose sobre sus patas delanteras, su gargantilla roja le adornaba el cuello. Me acerqué y la abracé contenta como de costumbre. Sin embargo consecutivamente a la felicidad de abrazarla, la sensación de inquietud me invadió el cuerpo. Algo no estaba bien, algo no cuadraba.
Y de repente lo entendí, entendí como era posible que mis padres decidieran viajar juntos, entendí por que no recordaba nada de la espera al avión, entendí como era posible viajar por un día, entendí como era posible encontrarme a mi gata con su gargantilla perdida en medio de Francia y de paso, la extraña similitud de esta a mi ciudad de origen. Todo era posible, mientras no despierte.
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